sábado, 14 de febrero de 2009

7. Primer período nacionalista (1864-1884)

El­ nacionalismo musical, como ya hemos dicho, data de mediados del siglo XIX, cuando los compositores prácticamente de toda Europa, muchos de ellos formados en Leipzig, reclamaban mediante giros melódicos y ritmos folklóricos su derecho a expresar el temperamento autóctono de sus respectivos países. ­En Alemania tendrá lugar a través de los lieder y las sinfonías de Robert Schumann y las óperas de Richard Wagner; ­ en Italia, con el melodrama verdiano; en ­ Rusia, con los temas históricos y las melodías tradicionales desde las óperas de Mikhall Ivanovitch Glinka; ­ en Hungría, con la ópera nacional ‘Bánk Bán’ de Ferenez Erk y las rapsodias húngaras de Franz Liszt, ­ en Bohemia, con las numerosas piezas folklóricas de Bedrich Smetana y Antonin Dvorák, ­ en Polonia con las baladas, mazurkas y polonesas de Frederik Chopin; y ­ en España con los trabajos de Felipe Pedrell y la música de Albéniz y Granados.
Pero igualmente, e incluso más decididamente nacionalista, valdría decir del nacionalismo nórdico de Grieg, entregado a la composición de originales canciones populares y danzas campesinas por influencia de sus maestros el danés Niels Gade, los suecos Wihelm Stenhammar, Hugo Alfven y el finlandés ­ Jan Sibelius; aunque especialmente y sobre todos, como así confesara en uno de sus escritos póstumos, de su íntimo amigo el compositor, pianista y violinista noruego ­ Rikard Nordraak:
Sólo éste me proporcionó el conocimiento de la canción popular noruega y de mi propia naturaleza. Nos conjuramos contra el escandinavismo blando, mendelssohiano, al estilo de Gade, y emprendimos con entusiasmo el nuevo camino, que es el de la escuela nórdica actual. Por tanto, me considero no un exponente de la música escandinava, sino de la música noruega.
Efectivamente, a fines de 1864 (21 años), Grieg inicia una fase decisiva para su futuro desarrollo, en un principio gracias al reencuentro con ­Ole Bull, que motivó cierto entusiasmo por conocer la cultura campesina de su patria, pero sobre todo, como ya se ha dicho, al conocer y trabajar junto con el compositor ­Rikard Nordraak (1842-1866), compositor del himno nacional noruego, quien fuera un devoto apasionado de cualquier cosa que fuera noruega —literatura de las sagas, baladas antiguas, escenas montañesas, vestimentas tradicionales, festivales, música y danzas folclóricas...—. Nordraak moldeó su carrera musical siguiendo la de Ole Bull, a quien reverenciaba hasta el extremo de guardar las colillas de cigarro que el violinista desechaba. Sus composiciones debían más a la música folclórica noruega que a la formación académica, para la cual había tenido poca paciencia. Los dos jóvenes compositores estuvieron de acuerdo en dedicar la obra de su vida a llevar adelante la creencia de Ole Bull en el sentido de hacer surgir un estilo nacional noruego basado en la maravillosa música del pueblo.
En marzo de 1866,
en Berlín, la tuberculosis se lleva a Nordraak a la edad de 24 años, dos años después de que él y Grieg se convirtieran en íntimos amigos. Su Marcha Fúnebre es una ofrenda póstuma a la memoria de su gran amigo. ­Este trágico acontecimiento hizo que Grieg se sintiera aún más decidido a cumplir su compromiso musical con Noruega, y como primer paso para la consecución de su ideal, que ya no abandonaría hasta su muerte, organiza un concierto de música noruega que tendría lugar el 15 de octubre de 1866 en ­Chistiania (actualmente Oslo) en el que se presentan únicamente obras de autores noruegos: Nordraak, Kjerulf y Grieg en el que intervendrían Nina Hagerup y la violinista Wilma Neruda; las obras que Grieg elige para esta ocasión son la Humoresca, op. 6, y dos Sonatas para violín y piano, la op. 8 y la op. 13.
La acogida de la iniciativa y su resultado musical fueron notables, pues la crítica llegó a considerar a Grieg
como el compositor más prometedor de la nueva generación, hecho que le permitió ganar cierto renombre, atraer a nuevos alumnos y conseguir el puesto de director de la Harmoniske Selskab.
Fue también en 1866 cuando compuso la primera serie de sus llamadas Piezas Líricas para piano, la op. 12, abordando un género que retomaría a lo largo de toda su vida. Aunque están agrupadas en ciclos de seis a ocho obras, son composiciones autónomas que generalmente evocan estados de ánimo provocados por el paisaje, la gente, el mundo de los niños, los seres fantásticos. Carentes de virtuosismo y bastante simples en su estructura, dichas piezas se caracterizan, además, por un idioma que funde la tradición popular nórdica con reminiscencias de la música de Brahms, Schumann y Chopin.